'Nebraska' y las pequeñas glorias íntimas
- Jesús García Sayago
- 2 mar 2015
- 3 Min. de lectura
Alexander Payne está acostumbrado a hacer road movies donde la sátira social y el humor negro van de la mano construyendo/reconstruyendo/deconstruyendo el tiempo, a medida que sus personajes recorren el camino.

Woody Grant (Bruce Dern) me recordó a mi abuelo. Y también a otros abuelos que conocí. Y a algunos abuelos ficticios, de canciones, libros, y películas. El abuelo senil. El equivocado. El que ya perdió. Woody se quedó en el sueño. Pero, como todo soñador, insiste en buscar la gloria.
Se supone que nunca es tarde, pero el whisky y la cerveza ya empiezan a pasar factura, sobre todo encima de la enfermedad que borra los recuerdos. ¿Una resaca crónica? Un tranvía de cristal. Woody se desplaza entre su familia y su hogar, pero solo los ve a través del vidrio.
La escena inicial te ofrece un spoiler de lo que será el resto de la película. Woody es detenido por un oficial de policía mientras intenta ir caminando, desde la nada emocionante localidad de Billings, Montana, donde reside, hasta Lincoln, Nebraska, a cobrar un premio de un millón de dólares que ganó en una lotería de internet.
El blanco y negro de la puesta en escena, acentúa la absurdidad de la acción. Pero nuestro héroe confía en su sentido común. Debe realizar la misión y salvar a la princesa. Debe llegar a Lincoln a pesar de que, a duras penas, puede recordar su propio rostro.
El perfecto Quijote estadounidense tiene que lidiar a diario con Kate Grant (June Squibb), una esposa que está -públicamente- harta de él, y que junto a su hijo mayor, Ross Grant (Bob Odenkirk), tiene intenciones de meterlo en un ancianato. Si no fuera por el menor. El alcahuete. Dave Grant (Will Forte).
Dave acaba de salir de una relación -o al menos, para él lo era- y también está combatiendo sus propios demonios, pero parece ser el único que escucha a su padre. Sin embargo, ni él ni nadie cree que el premio del millón de dólares sea cierto.
Aun así, Dave decide llevarse a su padre en un viaje por carretera para pasar tiempo juntos, poder cuidarlo y ¿por qué no?, convencerlo de que la carta ganadora no es más que una fantasía.
Así se desarrolla esta postal sincera del sueño americano, donde los Grant, ya están desmembrados desde antes de que Woody aparezca dando pasos torpes, por las afueras de Billings. Alexander Payne, decora el paisaje con una cínica crítica a la crisis económica estadounidense, con personajes ancianos -de mente y corazón-, cansados de luchar, y que solo buscan paz, respeto y estabilidad. La maestría a la hora de manejar el humor negro es tal, que la casi completa ausencia de banda sonora solo puede producir una risa floja.
Hay momentos en donde viejos rivales buscan sacar provecho de la buena fe de nuestro héroe, hasta el punto en que, agotado, con el poco cabello blanco que adorna su cabeza y una herida de hace días en la frente, trastabillea con la difícil decisión de darse por vencido.
Puede parecer una historia trillada, pero 'Nebraska' es como el niño que nadie cree que pueda hacer grandes cosas. Y las hace. Las actuaciones son inigualables. Los actores no interpretan, viven los personajes. Dern logró que sintiera pena por él. Por el hombre entregado a los demás, luego difamado, luego perdido entre arrugas, calvicie y una colección de fracasos. El "nada más que un bip en el radar".
Me recordó también a Carmelo Da Silva -ese entrañable personaje de la mítica ópera salsa de Rubén Blades, Maestra Vida- pero Woody, logra una pequeña victoria, al final de la película. Pues, justo cuando visita su pueblo natal, acciona su máquina de niebla verde y muestra a un mago glorioso. Es niebla, pero tan real como los sueños.
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